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Jenas Tyler Durden ( Breves historias, muy breves historias y aún más breves historias )

Algún día

Una hoja cayó silenciosamente al suelo, una flor murió. Todo el camino que hemos realizados juntos es hora de cambiarlo, ahora me adentro en la fría niebla en busca de mi querida, algún día.

domingo, 26 de junio de 2011

Vuela, vuela, vuela...


Me despertaba en una tarde con un único portavoz, el calor. La luz de la ventana quemaba mi cuerpo como si de un lagarto s
e tratase. Me sentía incluso, con disposición de mudar mi piel pero sabría que dolería el hecho de arrancársela a tiras, dudaba que lo hiciese, en serio.
La tarde, en resumen, era muy pesada y cargada de ánimas ardientes provenientes del mismísimo infierno. Pero, lo más seguro era el aburrimiento que la tarde conllevaba, una tarde sin ganas de escribir. Yo también me pregunto por qué estoy escribiendo, necesitaba un respiro que apartase de la simple pero compleja rutina del duro guión. El sesenta por ciento de mis movimientos eran bastos bostezos y duros encuentros con el calor, momentos en los que decías, "¿y el calor?" y el calor aparecía acompañado de un bostezo.

Como ya he dicho, y espero no repetirme, la tarde era muy aburrida y calurosa, sobre todo calurosa, te solías preguntar "¿y el calor?" y el calor aparecía acompañado de un bostezo. Bueno, simplemente quiero advertir, y espero no repetirme, que la tarde era un tarde muy aburrida y sobre todo calurosa, un calor que te hacía preguntarte, "¿y el calor?" y el calor aparecía. No quiero repetirme, porque ésto solo lo voy a decir una vez, era una tarde muy aburrida acompañada por el calor y el aire sofocante, un calor que te hacía preguntarte a ti mismo, "¿y el calor?" y el calor aparecía, era increible. Pero hablando del aburrimiento, era tal el aburrimiento que me hizo escribir muchas cosas repetidas veces y apartarme del trabajoso guión.

Pero era tal el aburrimiento que para desenfrenar su auge, me alerté de los grandes peligros que podría correr en mi habitación. De entre las inofensivas y cremosas paredes verdes aparecieron dos seres tan sumamente perniciosos y funestos, tan impetuosos y coléricos, con una mirada tan distinguida y gentil, tan gomosas como hábiles, tan atractivas como versada. Colocándose en el indeterminado rostro de mi gusto, dos majestuosas moscas se alarmaron de mi presencia.
Su presencia en un primer principio, interesante relación, no me causo malestar ni bienestar, tan solo unos segundo de definición y atención. Pero las dos recelosas alzaron el vuelo de forma que acabaron posándose en mi acalorado cuerpo. Intenté espantarlas pero sus grandes cabezas decías que no, no se moverían de mi habitación.
Las dos moscas no me dejaron opción, me hice con el "spray" y, arriesgándome a contaminar aún más y morir intoxicado, lancé mi furia en forma de polvo húmedo. Pero por más que lanzaba ellas no paraban de moverse, obligándome a lanzarme a la cama y observar sus movimientos, sus meticulosos movimientos. Mosca arriba, mosca abajo, no podían ser tan rápidas. La batalla había comenzado.
Una de las moscas decidió atacarme con el ímpetu del toro pero su inteligencia amagó mintiéndome y haciéndome caer en mi propia furia, disparando un chorro de polvo y cayendo a mi propio cuello. Aún así, la mosca era feliz y volaba sin temer nada.
Pero ahora me encontraba justo en el centro de la habitación, alerta al movimiento moscardón, cuando escuché un revoloteo justo detrás. No lo pensé y disparé, una de ellas cayó como una mosca... bueno, como la mosca que era.

Como ya he dicho, era una tarde muy aburrida y calurosa, una tarde tan calurosa que te hacía preguntar, "¿y el calor?" y el calor aparecía.
La vida da muchas vueltas, tantas que ni las moscas pueden darse cuenta hasta que el tiempo se para...

viernes, 15 de abril de 2011