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Algún día

Una hoja cayó silenciosamente al suelo, una flor murió. Todo el camino que hemos realizados juntos es hora de cambiarlo, ahora me adentro en la fría niebla en busca de mi querida, algún día.

miércoles, 18 de agosto de 2010

El sonido abandonado (Cuentos de terror)


Nunca he decidido algo en menos de tres segundos, siempre he decidido pensar lo que iba hacer, pensar en las consecuencias y en los resultados de éstas. Siempre he pensado que mis pasos están marcados por una línea recta que indica el futuro, mi futuro. No hay piratas en mis rosas ni rosas en mis piratas. Pero, para que alguien vuelva a la normalidad tendría que cambiar las veces que hiciesen falta…

Caminaba en dirección a un restaurante de ambiente, cojines en lugar de sillas y telas que impedían la visión a los demás clientes, por calles donde los lujos y caprichos cada vez eran más requeridos. Eran las doce y cuarto de la noche, pocos eran los restaurantes que se atrevían a permanecer abiertos hasta esas horas. Las calles estaban mojadas por las pasadas lluvias y el cielo estaba iluminado por la luz artificial de la ciudad, Mad City. De vez en cuando se escuchaba el sonido de los barcos que intentaban amarrarse a los muelles y descansar sus duros cascos. Mi posición actual, calle las trescientas, era cercana al mar; percibía con fuerza el suave olor del agua salada que las olas removían, levantando masas de aire con cúmulos de sal que, sin permiso alguno, entraban en la ciudad para poder suplicar un momento de atención. Hacía mucho tiempo que no navegaba por los mares profundos a bordo de un barco, tenía pensado viajar a Italia pero aún no sabía como.

Cada vez hacía más frío, el molesto viento me obligaba a tapar por completo mi cuerpo. Sujetaba con una mano el sombrero que mi padre me regaló el día de mi ascenso y el otro brazo abrigaba mi cuerpo con la casi diáfana gabardina mojada por las lluvias. Pero, todo comenzó a reducir el ritmo que marcaba. La lluvia amainó y el viento se relajó. Alcé la cabeza y tuve ante mis ojos un nuevo escenario. La calle continuaba, no había finalizado. Sentado ante un triste escaparate de moda, descansaba un sucio vagabundo con los pies desnudos y las barbas sucias y canosas. En frente de él, una cabina telefónica de color azul y con los cristales manchados por los jóvenes. En uno de los cristales ponía: “Un fin ridículo para ti”.

No sé que pasaba en ese mismo instante, pero no podía conseguir pasar pese a mis prisas, había consultado la hora y llegaba diez minutos tarde. Quería pasar por aquella escena y seguir corriendo para llegar justo a tiempo pero algo me lo impedía. Podría pasar y luego correr, nadie se habría dado cuenta que había estado allí. No podía, quería pasar ante el vagabundo y mirarle para observar que ése de ahí era un vagabundo y no era yo. Mis pasos forceaban para poder seguir pero mi mente me decía que no podía hacer eso. Nunca me había sentido tan ridículo. Al pensar el ridículo que mi estancia bloqueada estaba realizando en ese momento mis pasos comenzaron a caminar. Caminaban sin baches, sobre un suelo liso, me sentía libre y desahogado para poder seguir y comer bien. Incluso el hecho de estar en frente del vagabundo no detuvo mis pasos. Todo iba bien, pero, el sonido acuchillador de la cabina telefónica detuvo de nuevo mis pasos y desvió la mirada hacia ésta. Tenía pánico y no se por qué, era una cabina telefónica, eso y nada más.
Podía cogerlo, decir que no puedo contestarle y seguir andando, podía incluso caminar sin mirar hacia atrás. Quería caminar y no hacer el más mínimo caso a ese sonido, pero después me torturaría. Si no lo hacía podría obrar mal al igual que si lo hiciese podría ser peor. Tal vez alguien llamaba para hablar conmigo o tal vez alguien que estuviese en apuros y ésa era su forma de pedir ayuda. El vagabundo no se despertaba y el sonido no cesaba. El calor aumentaba y cada vez sudaba aún más y más. Quería cogerlo y terminar de una vez por todas con ese sufrimiento pero también quería pasar de ese maldito instante y cenar. Mi mano alzó el vuelo, pensaba que ya no iba a volver más por esas calles. Solo quería coger el teléfono y escuchar un inofensivo “hola”. Me hubiese alegrado escuchar al otro lado del teléfono un inofensivo “hola” para soltarle un avaricioso “adiós”. Las rosas del pirata, en ese momento me acordé de ellas. Bajé la mano y quería volver a caminar. Pero no paraba de sonar y provocó que mi mano se alzase de nuevo sin pensarlo, era la primera vez que realizaba esos movimientos sin pensarlo antes. La yema de mis dedos rozaba la fría superficie del teléfono. Con el pulgar más la ayuda de los demás dedos amarré el teléfono, lo descolgué y solo quería escuchar un dulce “hola”.
Solo se escuchar un asqueroso sonido que rayaba los oídos. Colgué de nuevo el teléfono decepcionado y quedé durante unos minutos bloqueado. Volvía a la realidad y miré hacia atrás. El vagabundo estaba despierto, flaqueando y mirando hacia el suelo. De él salía unos ruidos extraños, como llantos.

- ¿Está bien? Pregunté.

EL vagabundo me miró, sus ojos estaban totalmente blancos. Su cara estaba demacrada y de la boca salía oscura sangre manchando sus pobres vestimentas. Gritó y mi cuerpo quedó otra vez bloqueado, sin sabes que hacer. El vagabundo me atacó y…




Un fin ridículo para ti.

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