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Algún día

Una hoja cayó silenciosamente al suelo, una flor murió. Todo el camino que hemos realizados juntos es hora de cambiarlo, ahora me adentro en la fría niebla en busca de mi querida, algún día.

martes, 22 de junio de 2010

Amuleto (ganadora del tercer premio del certamen de literatura CCM)


Ese de ahí, es mi amigo, es un humano bastante grande comparado con mi estatura. No soy un cachorro, pero mi genética es así, un día le ladras a un gato más pequeño que tú, se asusta y se acabó. Otro día estás recibiendo los ladridos de un niño bastante egocéntrico y estúpido que quiere tocarte el rabo (atención- rabo: apéndice del animal que ayuda a mantener el equilibrio de este) y tú intentas huir y por más caras malas que pongas, nada se solucionará hasta que su madre pare de hablar sobre lo que pasó en una especie de vida interna que existe en la caja boba, como dicen los perros, (silencio) eso, y le diga al niño: ¡niño, para!
Bueno, sigo, mi compañero es una de las personas que más entienden a los seres. Por ahora solo yo soy su amigo, nadie más, solo él y yo. Me llamo Amuleto, no me pregunten por qué, pero me llamo así, y soy un perro afortunado.
Las noches de los miércoles toca descansar en una especie de pequeña cama situada debajo, en la parte derecha, del piano. Mientras, mi amigo toca sus improvisaciones y miro sus movimientos de pies. A veces son bellas, a veces graciosas y a veces no las soporto. Pero el toca para mí y para nadie más.
Las noches de los jueves toca descansar sobre sus piernas mientras él ve una de sus series televisivas, o como yo digo, eso. Y los viernes, al sonido de un triste y alegre acordeón ordena la casa y limpia mis destrozos sin soltar ninguna queja en contra de mis desastres.

Los fines de semana casi siempre lo pasamos en el campo o en la ciudad con sus amigos. Al cabo de estar tanto tiempo separado de ellos, los recibe con mucha alegría. Eso sí, yo también recibo mis trofeos, las acaricias y los huesos de juguetes que ellos me compran. Según mi hipótesis (no sé que significa hipótesis, soy un perro, es fruto del narrador), a los machos les estrecha la mano y les brinda un ligero o fuerte abrazo, a las hembras les da dos besos. Pero hay algo más que rompe mis teorías caninas, a otra chica le saluda de una forma muy especial. Le da un beso, pero no en las mejillas. Bueno, alguna vez con los chicos a pasado, pero se ríen después, no le doy importancia. Pero con esta chica, él siente algo que le recorre todo el cuerpo. Se le escapan pequeñas sonrisas pero se centra en ella regalándole todo su tiempo.

Pasamos el fin de semana riendo y a veces pues, callados. En cuanto alguien dice: ¡Amuleto! Mi rabo se activa y corro hacia el que pronuncia mi nombre, a veces me equivoco y se ríen de mí. Otros fines de semana mi amigo, prefiere pasarlo conmigo solos. Montamos una tienda de campaña y dormimos los dos juntos. Casi siempre soy yo quien se despierta ante y salgo por mi propia cuenta no más de un kilómetro canino y levanto mi pata para orinar en el primer árbol que me haga percibir un olor casi raro.

Mi dueño se levanta y prepara dos platos de comida, uno para mí y otro para él. Lo más gracioso es que deja el plato, su plato, en el suelo y come agachado a cuatro patas como yo. Le apetece reírse.

Pero de esto hace tres semanas. El 28 de Marzo de 1994, dejó de sonreír con tanta gana. A veces sonreía, pero no expresaba lo mismo. Su piano solo sonaba a lo que yo conocía “adagio” y notas simultaneas en grave y agudo respectivamente. Otras veces se volvía loco y sonaba un sonido sucio que levantaba ira. Después podía coger la guitarra y catar con ella. Yo a veces aullaba al “son” de la música. Pero eran letras tan…
Me paré mucho tiempo a pensar sobre su estado, lo cual me impidió inspirarle gracia. Cuando él dormía en su cama, subía con él; me arropaba y dormía a su lado regalándole un par de besos caninos.

Era Abril, días que no me acuerdo, dejamos de tocar el piano los dos juntos y de ver series televisivas juntos. La casa era un estercolero, no ordenaba más. Era fin de semana, sábado y no habíamos salido. Él decía: “tranquilo pequeño, mañana nos iremos”.
Pasó la noche del sábado, escribiendo sobre un papel mientras a veces su mano daba alguna que otra nota en el piano extendiendo el sonido por toda la habitación.

- Descansa Amuleto, mañana nos dirigimos al campo otra vez. Me sonrió con una risa ligera sin enseñar los dientes como solía hacer.

Me dirigí a su cama, subí y cuando terminó de cepillarse los dientes, se tumbó y me abrazó. Había una nota encima de la mesita de noche que decía:

“Harto de depender de mis propio miedos.”

Claramente, no sabía que significaba. Tocaba dormir por ahora…


Al día siguiente, domingo, desperté. Ya podía oler a las tostadas de mi compañero, se había levantado antes que yo. Tenía mi plato de comida preparado en el suelo.
Mientras comía y le miraba, sentado en la mesa, mirando fijamente al frente pensé: “puede que hoy sonría”.

- Vamos Amuleto, tenemos que irnos

Mi rabo se volvió a activar y corrí hacia la puerta. No cogimos el coche, fuimos directamente a pie. En su espalda no había mochila.
Todo el camino que llevábamos lo conocía perfectamente, no he mencionado que la puerta la dejó abierta de par en par.
Pasamos por varias montañas pequeñas, cruzamos bastantes campos de cultivo en pleno auge y llegamos a un río donde el agua corría con fuerza y delicadeza. Mis patas se mojaban con el rocío de la mañana que previamente había mojado el verde césped del campo. Me tumbé mirando al río, mi compañero sabía que, lo que más me gustaba del campo y los ríos era perder la mirada en ellos. Mi amigo se agachó, me besó la cabeza y dijo: “Ahora vuelvo, no te muevas por favor”.
Se perdió tras unas rocas y supuse que iba a levantar una pata para poder orinar en la primera piedra que le huela raro.
Pasó otra hora y me cansé de tener la mirada perdida en el río y en el resto del campo. Fui en busca de mi amigo, mi compañero. Salté una parte minúscula del río y aún así me mojé las patas. Llegué a la parte donde, por última vez, vi a mi compañero, desde ese mismo punto podía ver la hierba aplastada donde antes yo descansaba. Detrás de la roca no había nadie. Busqué por todas partes siguiendo su olor. Conocía muchas historias que trataban sobre el abandono de los animales en carreteras, en callejones o en los campos. Seguí olfateando considerando que mi compañero jamás me haría eso. Mis consideraciones eran ciertas, ahí estaba, tumbado. Conforme yo estaba, lo primero que pude ver eran sus pies. Me acerqué a él pensando que estaba dormido y yo dispuesto a lamer su cara. Pero algo me detuvo, algo en él fue lo que me detuvo. Su rostro estaba destrozado, todo estaba lleno de sangre y su camiseta mojada también por su propia sangre. Los brazos estaban extendidos en la misma dirección apoyados en el suelo. La mano izquierda sostenía una pistola, reconocía la pistola por las películas que a veces podía ver gracias a él. Pensaba que ya había acabado todo. Me apoyé sobre él y descansé esperando a que su respiración me levantase. Pero no respiraba.

A veces pasaba malos tragos que si dormía se pasaba todo. Decidí, pues, dormir.
Desperté al rato, pero él seguía de la misma forma. De repente, todo se me echó encima. Un gran peso en el lomo. Decidí marchar a casa a esperar. Caminaba por las siembras pensando que mi amigo, el más querido por mí, estaba tirado a un par de metros, fallecido. Yo seguía caminando. Ahora venían sentimientos hacia mí que nunca tuve. Ahora pensaba que todo podía acabar con esa muerte. Incluso, ahora, sentía dolor no físico. Me mareaba, caminaba sin saber hacia donde ir, miraba las estrellas y parecía todo que iba en contra mía. Todo era tan agobiante que no encajaba. Un fondo negro, eso es lo que me haría falta, incluso así, me molestaría.
De pronto, caminaba por un suelo liso, una carretera. Desconocía la existencia de esta, pero en ese momento me daba igual. Cerca se escuchaba la música de la gente, también sobraba en ese momento. Lo único que no sobraba eran mis lágrimas, lágrimas que se secaban con mi pelaje.
Un pelotón de luces se dirigía hacia mí, todas hacia mí, como si quisiesen comerme. Una tras otra, sin dejarme respirar. Todo era agobiante, había perdido a mi amigo y no sabía donde estaba. Una luz más y…

Bueno, y ahora estoy aquí, viendo como mi sangre corre desde mi estómago destrozado hasta el lado izquierdo de la carretera. Sufriendo el terrible dolor de mi pata rota y desquebrajada. Sangrando por la nariz, agonizando en mi propio charco de sangre, sufriendo por el dolor que mi amigo me ha dejado al irse. Sólo dolor moral, el físico pronto se convertirá en nada, pronto moriré. Sangre en donde antes había lágrimas. Al menos, no sufriré más. Una luz más y…






“Quién dijo que los perros no tienen
Sentimientos”

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