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Jenas Tyler Durden ( Breves historias, muy breves historias y aún más breves historias )

Algún día

Una hoja cayó silenciosamente al suelo, una flor murió. Todo el camino que hemos realizados juntos es hora de cambiarlo, ahora me adentro en la fría niebla en busca de mi querida, algún día.

lunes, 2 de agosto de 2010

Luminosa Oscuridad




Iba encaminada hacia lo más profundo de la cueva cuando, de repente, todo se paró.
Estaba oscuro, se había perdido y no podía regresar atrás…lo único que podía hacer era seguir y no parar hasta encontrar una luz que confortablemente le cegaría hasta llegar al final de ese tormentoso viaje.


Era un precioso día para salir a dar una vuelta con su antigua bicicleta; estaba oxidada pero sentía tanto cariño por ella que, aunque estaba pintada del óxido que había producido de todos los años que guardaba, la sacaba a lucir ante todas las demás brillantes bicicletas que parecían traídas del futuro. Ya faltaba poco para salir del pequeño pueblo que Eva escogió: tenía los suficientes habitantes para poder estar socialmente activa pero sin los agobios de las demás ciudades en las que había estado. Era el lugar perfecto; se sentía nuevamente llena de vida y con ganas de respirar un aire tan puro como la naturalidad del agua que caía de las montañas que rodeaban el pueblo. De hecho, se sentía tan cómoda que tenía miedo de dormirse en la verde hierba y relajarse hasta el punto de quedar dormida al amparo de la noche y que luego en el pueblo pudieran hablar de sus malos hábitos, ya que no sabrían donde había pasado la noche; pero ya no le importaba nada porque la fuerza que perdió con las decepciones de sus anteriores amistades las recuperó con el ánimo de su amiga Clara; no sabía de nadie que la conociese mejor, estaban muy unidas: ella fue la que estuvo en todo momento a su lado cuando los padres de Eva murieron ;no le dijeron la causa ya que no era lo suficientemente mayor para que lo supiese pero si tenía la conciencia idónea para saber todo lo que pasó. La llevaron a casa de su tía, la cual estaba cerca del piso de Clara con la que empezó a pasar todas las tardes. Su tía ni siquiera se enteraba de que estaba fuera ya que pasaba el día tirada en el sofá comiendo preparados de comida prefabricada: aritos de cebolla
rebozados, croquetas, empanadillas congeladas, calamares rebozados, San Jacobos… decidió hacer su vida lo más cómoda posible, hasta el punto de pesar 120 kg. y sólo levantarse para recibir la comida del exterior que pedía por internet y, en ese momento, Eva le suponía un problema, ya que tendría que darle de comer y ocuparse de ella ,asique, hicieron un trato: le daría 20 euros diarios si no se presentaba por allí. El dinero que había recaudado Rosa era de todas las fortunas que heredó de sus padres y tíos, ya que no tenían a quien dejárselo excepto a ella, sin embargo, Eva no llegó a recibir herencia de sus padres; solo unas pocas posesiones de su madre, como el colgante que le había regalado el día de la madre o la colonia que le haría recordar su olor tradicional; de su padre, los bocetos que había pintado en un gran cuaderno azul, los cuales, le parecía preciosos y algunas fotos que tenían echas de familia. No tenían mucho mobiliario, ya que vivían en un lúgubre piso en el que los objetos desaparecían misteriosamente.
Ya sólo le quedaba pasar la casa del viejo Antón, el cual salía todos los días a jugar con sus amigos a la petanca en el parque que se situaba justo enfrente de la casa alquilada de Eva.
En ese instante no necesitaba a nadie más, sólo su carpeta y un simple lapicero con el que pudiese expresar sus más profundas ideas, las cuales aún no habían querido salir del interior de Eva, pero ella sabía que le faltaba poco para que todo el manantial de imágenes no descritas antes emanase hacía el rio de hojas que tenía preparado para que pudiese llegar al mar de mentes que estuvieran interesadas en ellas. Cuando se tumbó en el lugar que había elegido, empezó a observar las nubes que pasaban veloces por su cabeza: un torrente de recuerdos comenzaron a pasar por su mente y le surgió la esperada necesidad de escribir.

Era 5 de Abril y ya quedaba menos para que su libro se publicase. Hacia 7 meses que lo terminó pero esperó pacientemente al año siguiente que saliera de venta al publico, más exactamente al 23 de abril, una fecha muy importante para ella. Desde que era pequeña ese día marcaba el comienzo de una de sus fantásticas historias que guardaba en su pequeño baúl; ese día significaba el comienzo de una nueva inspiración, aunque a los 15 el ambiente en el que vivía y la consecuente noticia trágica hizo que Eva olvidase de cómo se escribía “Erase una vez…”.
Clara había llegado al piso. Vio como Eva hacía la comida que había preparado para las dos. Un plato de sanas verduras con algo de pescado; le extrañó un poco, ya que la comida habitual de los sábados era una pizza y unos refrescos con gas. “Supongo que querrá cuidarse para ir con buen aspecto al estreno”, pensó. Sin embargo no era ese su pensamiento más acertado: Eva empezó a adelgazar de una manera sorprendente, se había vuelto muy maniática con todo, excepto con la limpieza. Su cuarto comenzó a parecerse al de un adolescente, con toda la ropa tirada, la cama sin hacer y, para colmo de Clara, perdió algunas joyas que le dejó y que tenían mucho valor para ella. Llegó a pensar que no fue tan buena idea que se fueran a vivir juntas. Un domingo por la tarde Clara sentó a Eva para hablar sobre lo que estaba ocurriendo, pero todo acabó en un portazo que se oyó hasta en el último piso del barrio de Eixample1. En ese instante, Eva se dio cuenta de que no sabía lo que estaba ocurriendo en sí; La Mina2 era un lugar concurrido para ella desde que se mudó y la casa de empeños su propia casa, donde podía conseguir más dinero para su vicio a costa de unas preciosas joyas que pedía a su amiga.

Eixample1: distrito segundo de la ciudad de Barcelona, que ocupa la parte central de la ciudad.
La Mina2: barrio marginal de Barcelona.

Todo lo veía sin problemas, podía seguir escribiendo sin necesidad de buscar con ahínco una inspiración en otros lugares más tranquilos que las ciudades en las que había estado. Efectivamente todo era normal en su mundo hasta que con ese portazo se dio cuenta de que la última consumición que había hecho en su propio piso había sido percibida por su mejor amiga y de lo que también se dio cuenta fue que se había pasado con la cantidad; ya sabía lo que le estaba ocurriendo en ese instante… estaba pasando por una ceguera que le conducía hasta la muerte.

Eva se despertó de pronto como si la peor pesadilla se hubiera postrado en su mente. Tenía todas las hojas tiradas por el verdor. Estaban en blanco. No había adquirido nada de inspiración durante su retirada al campo. Tal vez lo mejor que podría hacer era volver otro día, ya que la visión que había tenido era demasiado compleja como para olvidarla. Creía que aquella seta que cogió cuando iba de camino no le haría mucho efecto fisiológicamente; sólo algún que otro secundario si fuese venenosa. Al parecer no acertó con su instinto.
De regreso a su casa se volvió a cruzar a toda la gente del pueblo que había visto anteriormente, menos a unos extraños que no había visto antes. Le resulto extraño, ya que la saludaron con una sonrisa en la cara, pero se notaba que no eran de fiar. Llegó a su acogedora casa de alquiler y se puso a hacer la cena. Llamó a Clara y le contó todo lo ocurrido; se empezaron a reir cuando llegó la parte en la que discutían; eso no era muy habitual en ellas. Se fue a la cama y empezó a pensar en su libro que aún no había escrito; no se explicaba cómo de pequeña le resultaba tan fácil escribir y ahora, que era lo único que quería hacer, no se le ocurría nada interesante para hacerlo; pensaba muchas historias pero ninguna estaba al nivel suficiente para que alguna editora se lo publicase. En su sueño lo había conseguido y no se podía quitar la idea de que todo el mundo pudiese ver su talento innato. Estaba segura de que mañana empezaría a escribirla.
El despertador sonó como unas cinco veces pero Eva no quería levantarse. Tenía un gran dolor de cabeza y se sentía mal. Tal vez la intoxicación se lo había producido, pero decidió no ir al médico; en cambio, cogió su vieja bicicleta y se dispuso a ir al mismo lugar de ayer. Todavía seguían algunas hojas en blanco que perdió, las cogió pero no las llegó a utilizar. De nuevo empezó a observar las nubes y todos los males desaparecieron. Estaba muy a gusto hasta que un coche perturbó su tranquilidad. Se paró a unos metros de distancia de donde ella estaba. Se bajó un hombre de él y se dispuso a hablar de un modo pausado.
-Hola Eva.
Ella se quedo paralizada, aunque sin temor a nada ya que sabía que no le podía hacer daño sin que nadie del pueblo se enterase.
-¿Qué pasa? ¿No te acuerdas de mí? -continuó al ver la cara que puso ella.
-Lo siento, no se quién eres y no tengo interés en hacerlo. Si eres tan amable, vete de aquí.
No pudo evitar el tono repelente, pero es que a Eva no le gustaba hablar con gente que no conocía.
-¡Já! Ayer no decías lo mismo. La que nos buscabas eras tú. Sólo he venido para saber si querías más.
-¿Más de qué?
-Me sorprendes. Se que no producen perdida de memoria a corto plazo. ¿Cómo llevas el libro del que hablabas?
-Aún no lo he empezado; no me sirvió de nada tu mercancía.
-Muy bien, ya te empiezas a acordar. Mi mercancía es buena pero fue la primera vez que la probaste y te parecerían extraños sus efectos. Te regalaré hoy otro tipo de setas pero la próxima vez me las pagas.
Se metió la mano en el bolsillo y saco 3 bolsas diferentes. Una de ellas se la dio a Eva, que la aceptó sin decir nada. El hombre se subió al coche y se marchó. De pronto empezó a sentirse extraña; ya no sabía dónde estaba y todo le daba vueltas. Sabía que no se había encontrado esas “sustancias” por casualidad pero no lo quería admitir, ella no era una drogadicta. Aún así, no pudo evitar tomar todo el producto de la bolsa. Era demasiado y ella lo sabía. Se tumbó y empezó a deslumbrar aún más que ayer. El cielo se caía y los dragones que lo atravesaban eran tan grandes que su sombra oscurecía las montañas que la rodeaban. Su cuerpo empezó a flotar entre ellas hasta que se posó en la más alta. Pudo ver todo el pueblo Navarro desde el principio hasta su final. Una vez allí arriba lo único que quería hacer era tirarse al vacío, aunque en ese momento no se pudo dar cuenta de que no estaba soñando físicamente.

Era ya la segunda vez que Eva se sentía confundida. Estaba encima de su cama y empezó a tocarse todas las partes de su cuerpo. No le faltaba nada, pero no sabía qué le había ocasionado todos esos sueños tan horribles. Salió de la casa de su tía Rosa en busca de Clara. Cuando la encontró se fueron al parque que solían visitar todos los días. Le contó todo lo que le estaba sucediendo e inesperadamente su mejor amiga se echo a reir. Clara pensaba que la imaginación de su amiga era más amplia de lo que ella podía llegar a pensar y que con 16 años que tenía era normal que se pusiera a pensar en un futuro trabajando con mayor libertad, en los lugares que aún no había estado y ser lo que ella había querido ser, escritora. Eva la miró con recelo. No podía evitar sospechar de todo lo que había a su alrededor ya que no sabía si lo que le estaba pasando era fruto de su imaginación o si ciertamente era verdad. Sin pensárselo un segundo salió corriendo hacia su antiguo barrio de Lavapiés, donde vivía con sus padres. Aún los de la inmobiliaria no habían vendido su casa y no tuvo problemas para entrar por la ventana de su antigua habitación. Seguía igual que antes. Sacó su estuche y folios y empezó a escribir. Llevaba media hora cuando alguien llamó a su habitación…era su madre. No se le hizo extraño verla ya que en esos momentos se dejó llevar por lo irracional, no creía en nada ni en nadie. De sus labios surgieron unas desesperantes preguntas:
-¿Qué haces aquí? ¿No has hecho suficiente daño aún?
-Evita, ¿qué te pasa? ¿Te has quedado dormida mientras escribías?
Eva se quedó muda. En ese instante decidió dejar la mente en blanco para que ninguna idea de su mente pudiera perturbarla, ya que esos pensamientos le estaban jugando una mala pasada.
-Bueno, ¿me dejas leerlo?-continuó su madre.
Sin esperar respuesta cogió todas las hojas que estaban esparcidas sobre la mesa. Cuando le echó un vistazo fue cuando puso la cara de preocupación. Había escrito su propia biografía futura. Todos los personajes que estaban vivos habían muerto recientemente…su tía de un infarto hace 2 años y su mejor amiga unos 3. Eva levantó los ojos y salió corriendo hacia el baño, que estaba al otro lado de su casa. Cerró de un portazo. Se sentó en una esquina y puso a llorar sus penas. Sólo quería escribir un cuento que hubiera superado al del año anterior y lo único que tenía era unos cuantos folios llenos de sueños imposibles de cumplir. Ni siquiera las pastillas que le quitarían el dolor de cabeza le hicieron efecto, sólo visiones… tal vez no se tenía que haber fiado, pero estaban en unos de los cajones de las medicinas. Sacó la bolsita de pastillas con una etiqueta marrón de la suciedad, en la que se podía leer “LSd”. Aún no había descifrado lo que significaba pero ya nada le importaba. Cogió todas las pastillas que quedaban y se las tomó de una vez. Sus manos empezaron a ser verdes y el suelo del baño se había convertido en unas vías del tren. Las paredes se derrumbaron y dejaron paso a unas vistas del campo. Sus piernas eran ya el tronco de un viejo árbol y, aunque hubiera querido, no se podía mover. En el horizonte se podía ver un tren de vapor que se dirigía hacia ella. Estaba justo en medio de las vías. Todo estaba siendo una pesadilla pero parecía tan real…; el tren se encontraba enfrente de ella cuando todo se volvió negro. Iba encaminada hacia lo más profundo de la cueva cuando, de repente, todo se paró. Estaba oscuro, se había perdido y no podía regresar atrás…lo único que podía hacer era seguir y no parar hasta encontrar una luz que confortablemente le cegaría hasta llegar al final de ese tormentoso viaje. El cuerpo de Eva no pudo más. El 23 de Abril, en una de las camillas del Samur, acabó el viaje de una pequeña escritora no reconocida.

En las puertas del hospital se encontraban Carmen y Juan. Carmen estaba de 7 meses y acudía por unas contracciones que empezaba a tener por el parto. Si hubiera dejado las drogas tal vez en un futuro la niña no saldría prematura y con alguna enfermedad. Aún así, tenía una esperanza de vida normal si superase los 3 meses de vida, aunque el ambiente en el que se encontraría después de esos meses no sería el adecuado: jeringuillas, cucharas quemadas, desorden… algo normal en una casa con unos padres así, a los que posiblemente pocos años les quedase por vivir. El porcentaje de niños dados en adopción en estos casos es alto, pero Eva no tuvo la suerte de serlo; no tuvo la opción de encontrar una familia que pudiera ayudarla a contrarrestar los efectos del Sida, aunque tampoco hubiera tenido la oportunidad de saber disfrutar del poder que su mente poseía y cómo poder viajar por todos los espacios del mundo sin necesidad de tener dinero; sólo con una lectura de uno de sus escritores favoritos podía soñar. Aprovechó cada momento de su vida hasta la hora de tener que escribir el último párrafo de su historia.

E. V. Navarro

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