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Algún día

Una hoja cayó silenciosamente al suelo, una flor murió. Todo el camino que hemos realizados juntos es hora de cambiarlo, ahora me adentro en la fría niebla en busca de mi querida, algún día.

domingo, 1 de agosto de 2010

Paint Hell Crónicas de un asesino (capítulo 1)



Pero… ¿dónde? ¿Cómo? Pero… ¿Aquí?

Como si de un cuchillo se tratase, el sonido atronador de la máquina se clavaba en mis tímpanos. No dejaba de soltar el aliento, una y otra vez. Me acababa de levantar de un sueño profundo y aún seguía cansado. Las noches en las que era joven terminaron por destruirse entre los oscuros papeles del desorden.
La luz penetraba por la ventana haciéndome forzar mis ojos para poder contemplar el mundo, acababa de despertar, lo menos que podía hacer, era eso.
El péndulo del reloj se movía lentamente. El tiempo, relativo hasta entonces, seguía formando parte del silencio. La botella de tequila había sido precipitada al suelo convirtiendo a ésta en miles de cristales que brillaban con la luz del sol. El suelo embaldosa impedía que se propagase un incendio.
La boca, me sonaba esta frase en mi cabeza pero, me sabía a vómito y defunción. Seguía con las manos apoyadas en la cama y mirando hacia el suelo; pensando, intentando recordar cómo pude llegar aquí y por qué estoy aquí.

De pronto una inoportuna y continua serie de golpes azotaban mi puerta intentando llamar mi atención. En ese momento quedé congelado ante el inesperado hecho.

- ¿Quién es? Pregunté con la voz débil y mirando hacia el lugar.
- Policía de Glasgow, abra inmediatamente la puerta señor.

Me dirigí atendiendo a sus órdenes, un pequeño pasillo y una pequeña cocina además de la puerta. Todos los cerrojos de seguridad estaban desechados y sólo tenía que girar el picaporte.
Violentamente allanaron mi morada apresándome con unas esposas de metal incómodas.

- Queda usted detenido por el asesinato de veinticinco personas y más de ocho grupos de seguridad nacional. Todo cuanto quiera alegar será escuchado en el juicio y tendrá derecho a razonar sus homicidios.
- ¡Perro! Dijo uno de los policías apuntándome con la pistola.

Ahora todo se volvió del revés, nada tenía sentido. La poca vida que gozaba al amanecer se vio reducida geográficamente por medio de rejas de acero.
Era un asesino, un asesino inocente, un asesino inocente y borracho…


15 de Marzo de 1999. Sala de interrogatorios, cárcel estatal de Texas (USA)

Había sido paciente de un agradable doctor que estudió profundamente mi cabeza, mi cerebro. Tras numerosos análisis y radiografías volví a mi celda número 245. Compartía celda con un hombre llamado Stewart, ladrón internacional de bancos, un hombre pacífico aún sabiendo su historial.
No se que hora era, el tiempo numérico había desparecido para mí completamente. Como ya dije, mi libertad para vivir se vio reducida entre cuatro paredes de dos metros cuadrados, uno de esos metros lo ocupaba mi compañero de celda, el otro mi abandono. Desde mi celda podía ver el “hall” donde todos comían y se metían en problemas. Llevaba dos días en ese lugar de paredes grises, me llama la atención ese color, y no salía de mi celda, tan sólo para llenar mi cuerpo de nutrientes. Una voz agresiva pronunció mi nombre desde el otro lado de la reja.

- ¡Vamos, tienes que testificar!
- ¿Sobre qué?
- Oye, no quieras provocar la ira del gobierno americano, pronto te estarás friendo en “la chispas”.

En silencio salí de mi celda y me dirigí con el alguacil y el policía de seguridad hacia la salida del “hall”. Me dirigieron hasta un pasillo lleno de puertas del mismo estilo y color. La luz penetraba por un gran ventanal al final del gigantesco pasillo. Baldosas de color verde y paredes de color blanco. Las puertas estaban numeradas y a mí, me tocó la número 193.

Un hombre de piel oscura, con el pelo gris y un bigote ligeramente afeitado y ridículo, me esperaba mirando a una carpeta de color marrón donde figuraba mi nombre, Allan Wilson. La sala se componía por una mesa central con dos sillas donde el hombre me esperaba sentado en una de ellas. Las paredes eran de color gris oscuro y la luz parecía haberse evadido dejando a la penumbra como sustituta. En el ambiente, danzaba una ligera cortina de humo proveniente del puro que el hombre se estaba beneficiando. Forzadamente me sentaron en la silla paralela al hombre y desaparecieron los policías mientras se escuchaban los cerrojos de la puerta bloqueando ésta por fuera. La imagen del hombre tras la cortina de humo.

- ¿Cómo estás Allan?

Con una voz débil y suave contesté con el menos gusto posible para evitar mayor número de preguntas incoherentes:

- Bien…
- Estupendo, mi nombre es Jonathan Freezer. Soy el psicólogo encargado por las compañías de Londres.
- No… no creo que necesito ningún psicólogo- sabía que en ese momento mi voz era escuchada mediante micrófonos al otro lado de la sala, pero sentía unas tremendas ganas de asesinar a ese “psicólogo” de pacotilla, eso es, me hubiese gustado haberle dejado hecho pacotilla- necesito un abogado, eso es lo que necesito.
- No, lo siento pero tienes un colapso mental, has perdido memoria. Tal vez explique tu falsa inocencia.

De la carpeta marrón extrajo un conjunto de imágenes. Las dividió en dos grupos, unas pertenecientes a los test de Rorschach y otro grupo perteneciente a las imágenes de las personas fallecidas por mi culpa.

- Allan, ¿conoce de algo a estas personas? ¿podría decir ahora mismo sus nombres?
- No…
- Está bien. Ronald Askins, un suizo de la zona norte de Glasgow, traficante de drogas. Steven Apannaligi, italiano mafioso que pasaba una especie de “vacaciones” comerciales en Glasgow. Hank Cameron, estadounidense de raza negra, piloto clandestino de automóviles G o automóviles bomba.
- ¿Cómo, puede tratar a una persona del mismo color que usted como “raza”, siendo tan humano como vosotros?

Fue una pregunta con tono irónico, nadie sabría contestarme a la pregunta de estupidez humana. La respuesta del psicólogo fue un estremecedor silencio. Continuó diciendo nombres:

- Sigamos si no le importa, Marcus Difellatio, más conocido como el “lobo azul”, líder de una secta satánica con innumerables casos de homicidio por todo Londres. Sally Díaz; mexicana ciudadana de Glasgow, se dedicaba a grabar mediante una cámara los asesinatos que su equipo realizaban. Andrew F. canadiense y sicario a sueldo. Robert Maceio, ítaloamericano propietario de un restaurante que funcionaba como tapadera de “complot”, un “complot” contra el rey de España.

El psicólogo no paraba de decir nombres mientras me enseñaba imágenes, todas las imágenes representaban fallecidos con heridas totalmente irregulares y diferentes a las del anterior fallecido. Llevaba veintitrés hasta que tocó una imagen que me era familiar.

- Steven O. Donen, amigo suyo desde inicios de la carrera de filosofía, asesinado por sus manos en 14 de abril. Y por último, Emma Michelle, íntima amiga de Steven hasta que su sangre fue derramada por su culpa. Seamos sinceros, hasta que acabábamos con los casos buscados por la policía de Gran Bretaña, usted era libre. Estos dos últimos asesinatos son los causantes de que esté usted ahora mismo aquí.

El psicólogo me acercó un vaso de agua con una cápsula de color azul y blanco.

- Esta pastilla le ayudará a recordar, tan sólo se trata de una pequeña conmoción cerebral.

Tomé la pastilla, cerré los ojos y comencé a hablar.

TO BE CONTINUE...

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